Creo que no lo he dicho con anterioridad, pero desde hace un mes estoy asistiendo a un taller de ensayo en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Tardé mucho en tomar la decisión, pero está siendo sumamente provechosa, asi que quiero compartir mis humildes ejercicios con ustedes
La excusa ha sido la lectura de Un cuarto propio, una de las obras más importantes de Virginia Woolf. Importante para la literatura universal y, sobre todo, para los estudios de género. Quizás porque es un tema que ya he trabajado bastante, mi texto toma como excusa más bien el cómo dice Virginia lo que dice que el qué dice. A pesar de que es un libro que ya conocía, es un placer leerlo ahora en la traducción de Jorge Luis Borges y aparecida en Alianza Editorial.
Acá el texto:
Cotidianidad y escritura: claves para un ensayista
Leo y releo el segundo capítulo del libro Un cuarto propio, de Virginia Wolf y, a pesar de que se trata de un tema muy cercano a mi, el de la escritura femenina, realmente lo que me toca reflexivamente es la forma en la cual la autora nos conduce, con su prosa, por los caminos del tema que está tratando: las mujeres y las novelas. Pero tampoco haré un seguimiento de lo que ella dice, sino que lo haré de la manera en la cual lo dice, tratando de encontrar las claves para la construcción de un buen ensayo, de un buen escrito.
¿Cuáles son las claves que nos entrega Virginia Wolf para la creación de un texto magistral como es éste que estamos leyendo? Mucho de lo que leemos parece apenas una descripción inocente del recorrido de una mujer en la búsqueda de respuestas a una pregunta que ocupa sus pensamientos. Y aquí la primera respuesta que ella encuentra: “Hay que depurar todo lo personal y accidental de esas impresiones y extraer así el fluído puro, el aceite de la verdad”. Esta afirmación viene seguida, sin embargo, por una pregunta no menos contundente: “¿Qué condiciones requiere la creación de obras de arte?”. Por momentos siento que estoy leyendo, no uno, sino dos textos al mismo tiempo, y es que la línea argumental de la autora me lleva por dos líneas de reflexión paralelas pero que tamben se entrecruzan, y aquí lo interesante y poderoso de su escritura que, de ninguna manera, es inocente.
Tiene muchas preguntas, pero lo que necesita son respuestas, dice. Por ello acude al templo de la sabiduría: al Museo Británico, donde, se supone, debería encontrar la respuesta a todas las preguntas que se formula. Los grandes estudiosos deberían haber escrito algo sobre ello, sin embargo, nueva decepción o, más bien, nuevas preguntas que conducen a derroteros desconocidos o confusos: “¿Por qué las mujeres, a juzgar por el catálogo, interesan mucho más a los hombres que los hombres a las mujeres?”, se pregunta. Las respuestas de los hombres, de los grandes hombres, eran tan variadas como contrapuestas, pero de lo que no quedaba la menor duda, era de que las mujeres resultaban un tema de sumo interés para los hombres pero para ser “acorraladas” dentro de los cánones discursivos y epistemológicos de la época. Podríamos aventurar una respuesta a esta tendencia en el miedo a lo desconocido y en la necesidad de establecer márgenes para hacer que lo potencialmente amenazante, deje de serlo.
Por eso último, resulta interesante, por decir lo menos, la siguiente afirmación de Woolf: “El estudiante adiestrado de Oxbridge posee fuera de duda un sistema para arrear la pregunta a lo largo de todas las distracciones hasta que ésta se mete en la solución como oveja en el corral”. A mi todo esto me lleva a cuestionarme lo que debemos hacer para lograr una efectiva lectura de la realidad y plasmarla en un escrito, en un ensayo más específicamente. Si el ensayo, además, es un género que apunta a la libertad en tanto es un género bastante “libre” de condicionantes, ¿cómo hacer un excelente texto sin hacer entrar nuestro argumentos en los postulados del canon, en lo que debe ser, en lo valorado, en lo esperable? ¿Cómo ser original en esto de la escritura de ensayos?.
El tema que sigue se conecta con el anterior de una manera muy pertinente, luego que la autora se pregunta la razón por la cual las lecturas que ha hecho de libros escritos por hombres sobre mujeres, la han dejado sintiendo tanta ira. La respuesta que encuentra apunta hacia el papel de la imparcialidad: “Cuando un razonador razona imparcialmente, sólo piensa en la discusión; y sus lectores no pueden dejar de pensar en la discusión”. Lo que deviene luego de esa pregunta en el ensayo de Virginia Wolf apunta al análisis de la función especular que han jugado las mujeres con respecto a los hombres. Al estar disminuida en su capacidad de opinar inteligentemente acerca de cualquier tema, de cualquier lectura, desarrollan un doble reforzamiento de la autoestima masculina.
Pero ese tema sería objeto de otro ensayo y es así como es este punto tomo distancia de la discusión en torno al papel de la herencia de la tía en la vida de la autora y me quedo más bien con su imagen caminando por la calle con un pregunta en la mente. Una pregunta que ya no la abandona y que hace que ya ningún camino sea inocente. Las respuesta no la ha encontrado en los libros, al menos no una respuesta que la satisfaga y, lo peor, es que a medida que avanzan las horas, sólo consigue más preguntas. La realidad que la circunda ya no parece la misma vista a través de los lentes de una pregunta como la que ella se ha planteado: la relación de las mujeres con las novelas.
Las escenas de todos los días ya no podían ser vistas por ella sin ser relacionadas con el tema que la ocupa y así creo que debe ocurrir con cualquiera de las preguntas que nos hagamos y el rol que debemos plantearnos como escritores de ensayo. Para la autora era imposible ya observar los espectáculos habituales sin relacionarlos con el problema que estaba tratando y es que, de no estar en los libros, la respuesta debía –y debe estar para nosotros- en cualquier otro lugar. Se trata entonces de lograr esa nueva mirada lúcida que nos lleve a sorprendernos con el descubrimiento de nuevas relaciones y, por ende, de un nuevo texto, con una voz propia.
1 comentario
ID: 675890
Solo he leído “Señora Dalloway” sin sonar pretensioso, la termine de leer sentado en las riveras del Rio Linth en Zürich, en una tarde de verano hace dos años, levantando la cabeza de vez en cuando para mirar a los transeutes de aquella pequeña y cruel ciudad.
Saludos