¿Quién resguarda nuestra memoria documental?

Hoy leo un artículo de Guillermo Sheridan en su blog de Letras Libres a raíz de la donación que hiciera Carlos Fuentes de su “acervo personal” a la Universidad Nacional Autónoma de México.

En esta entrada, además de desmitificar la importancia del acto en el cual Fuentes donó a la Unam ejemplares de sus libros en ediciones originales, enfatizó que el verdadero legado lo hizo Fuentes en 1995 a la Princeton University. Tamaña sorpresa. Vale la pena la lactura completa del artículo, pero no puedo dejar de hacer la cita de la cita de lo que dice la biblioteca de la Universidad de Princeton que tiene:

los Carlos Fuentes Papers reúnen los archivos personales y de trabajo de Carlos Fuentes (1928-), escritor, editor y diplomático mexicano: cuadernos de notas, manuscritos de novelas y novelas breves, cuentos cortos, obras teatrales, guiones cinematográficos, escritos, discursos, entrevistas, traducciones, correspondencia, juvenilia, dibujos, documentos, fotografías, casettes de audio y video, papeles de otras personas, cuadernos de recortes y material impreso

A lo cual agrega:

Me queda muy claro que Carlos Fuentes le puede vender su archivo a quien se le pegue la gana; no así que la UNAM haga la celebración que correspondía a Princeton (donde quizás la ceremonia consistió en un intercambio de cheques). Tampoco me queda claro que un autor tan ufano de su mexicanidad y tan crítico de la globalización haya decidido globalizar su archivo entregándolo a una universidad extranjera; ni que su alma mater, a la que dona las migajas, lo celebre declarándolo poseedor “de los más altos ideales de cuanto significa ser universitario y las mejores características de lo que implica ser intelectual”.

Todo esto se me une con la historia de los documentos conservados por la albacea de la poeta Gabriela Mistral. Doris Dana guardó celosamente en su casa de Long Island cajas y cajas con escritos de la poeta chilena y fué recién ahora, más de 50 años después de su muerte, que han podido ser rescatados del posible olvido.

Pero la anécdota viene a colación porque Dana había dejado instruccionea para que su sobrina, Diana Atkinson, entregara las cajas a la Biblioteca Central en Washington ya que en Chile “no estaban en capacidad de resguardarlo adecuadamente”. Finalmente, después de minucioss estudios y evaluaciones hechas por expertos chilenos y visitas de la propia Atkinson a Chile para conocer in situ las condiciones, decidió dar al país natal de la autora ganadora del Premio Nobel, el derecho de recibir y conservar más de la mitad de la obra hasta ahora desconocida de Gabriela Mistral.

Estamos obviamente ante un tema largo y delicado que es el de los centros de poder y la cultura. No ya el de los museos, que también es importante, sino el de las bibliotecas e instituciones educativas como centros de poder y tristemente la experiencia nos dice que para estudiar la literatura latinoamericana muchas veces es mejor acudir a bibliotecas en los Estados Unidos que a las bibliotecas locales de los países cuya literatura se quiere estudiar.

Por supuesto, la reflexión va para las bibliotecas y universidades pero también toca el punto de la valoración que hacemos de lo que se produce en nuestros países latinoamericanos para los cuales el eurocentrismo pesa aún mucho. Pesa la tradición en Europa decía el autor de Nocilla Dream hace unos días en Mérida durante la Bienal Mariano Picón Salas y a veces yo pienso que lo que hay es que empezar a valorar nuestra propia tradición. Que América Latina sepa reconocerse en los autores que la fundaron simbólica y culturalmente hablando. Pero ello pasa por el tema de la conservación de la producción documental. ¿Estaremos a la altura? Si no lo estamos, debemos estarlo. Lo triste es que en muchos sitios aún no se reconoce como una necesidad.


Contrato Coloriuris


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Aviso

Esta entrada corresponde al archivo histórico de Ciberescrituras (2005-2012).

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