si el arte crea historias y lenguajes es porque la vida está lejos de ser perfecta. El arte permite a la especie humana ser lo que no se atreve a ser en la realidad, y a soñar con las cosas que en la vigilia parecen imposibles. La historia insiste en ser desastrosa, pero el arte siempre echará sobre ella una luz de felicidad.
Nada más me levanto, me encuentro con una delicia de texto escrito por Tomás Eloy Martinez y que se titula La vida interior de Paul Auster . La referencia a ambos nombres se han repetido en este blog pero cuando se unen se potencia mi admiración y respeto por ambos.
Es una entrevista que no es una entrevista o más bien es una entrevista que no necesita ser enunciada como tal. Ya saben: TEM: (pregunta), PA (Resp), sino que las palabras te llevan a imaginarte paseando con ambos por los parques o sentados en algún café.
Luego de hablar de su tercera película La vida interior de David Frost, logra adelantar algo del proyecto en el que se encuentra inmerso. Una novela de la cual lleva cerca de 100 páginas y cuyo protagonista es un hombre de 72 años, viudo que vive con su hija divorciada y su nieta:
Aunque Auster es tan renuente como siempre a hablar de lo que está escribiendo, algunos destellos de la historia se filtran en la conversación. Todo sucede en una noche. Su personaje, angustiado por la muerte de su mujer, yace insomne. En la cama, imagina relatos, recuerda. Va de la evocación de lo real a la búsqueda de lo imaginario. Hasta que, de pronto, descubre que él es la imaginación de otro, y que si quiere encontrar un lugar para sí mismo debe matar a la persona que lo ha creado.
Pero probablemente lo que más me divierte e impresiona son las palabras del autor de la Trilogía de Nueva York con respecto a Borges de quien no se confiesa ni si quiera admirador. Termina llamándolo un “escritor menor genial”. Años antes había relacionado la lectura de Borges con la visita a un castillo fastuoso: hermoso pero vacío.
Borges es… no sé cómo decirlo… un escritor menor genial. Sí, es eso: un escritor menor genial. Creo que su mayor fuerza radica en el hecho de que conocía sus límites. Ni siquiera intentó escribir novelas, no podía hacerlo. En cambio, perfeccionó aquello que sí podía hacer. No hay nada en Borges que ilumine, conmueva, aflija, golpee el corazón de los hombres.
La manera en la que Martínez resume la escencia literaria de Paul Auster me parece de lo mejor de este texto:
Auster no ha dejado, de todos modos, que los conflictos del mundo se apoderen de sus personajes. El mundo los envuelve, como el capullo de una crisálida, pero los seres de sus novelas están sumidos en el amor y en los tropiezos con el azar. Sólo en Brooklyn Follies los desgarramientos de la realidad ascendían a un primer plano. La novela se cerraba a las 8 en punto de la mañana del 11 de septiembre de 2001, 46 minutos antes de que el primer avión se estrellara contra la torre norte del World Trade Center, en Manhattan. La historia había dado vuelta a la página, pero en la ficción el aire seguía inocente y azul.
Es exactamente la sensación que embarga al cerrar Brooklyn Follies, la de una inocencia aún resguardada, la del lector y los personajes.
Casi que repetí acá todo el artículo pero insisto: una hermosa visita lectura para un sábado en la mañana