Me llamaron hace poco para darme la triste notica de que murió Adriano González León. Murió por un infarto y no tengo muchos más detalles salvo que fue en un restaurant.
Se fue uno de los grandes. Su muerte nos toma por sorpresa pero no era inesperada en el sentido de que muchas veces había noticias preocupantes sobre su salud y su permanente vuelta al alcohol lo mantenía siempre en un hilo suspendido. Era su forma de celebrar la vida: báquicamente y celebrando se fue.
Su obra permanecerá siempre como permanecerá el recuerdo de sus clases en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela donde fue docente durante muchos años y hasta hace muy poco. Un autor de los imprescindibles, de los que marcó hito con su novela País Portátil con la cual ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 1968.
Adriano fue celebrado en vida y es celebrado ahora en la memoria. Qué mejor que hacerlo retomando sus propias palabras, recientes, escritas desde la barra del bar del Restaurant Amazonia (¿será allí donde murió?).
Son dedicadas a Pancho Massiani en diciembre pasado y las tomo del blog: Código de barra:
17 Diciembre 2007
Pancho:
Estoy aquí pensando en un dibujo tuyo que tenía todas las glorias que tu puedes inventar. Estoy aquí bebiéndome un trago en tu honor. Todos los tragos desde los mesopotámicos son en honor de los poetas. De los poetas como tú , que domestican las constelaciones y las meten en una copa. Y se la beben solitarios, para mayor riqueza de la imaginación. Recuerdo que Omar Kayam decía “Voy por el camino con mi botella y mi sombra. Afortunadamente mi sombra no bebe.”
Tu estás allí en tu silla de príncipe iluminado. No te sientas mal. Es de dioses estar solo a veces. Mantén esa quietud y ten presente que todo el país te ama. Conozco demasiadas muchachas que deslumbraron nuestro corazón. Veo cómo tus páginas crecen y el viento y los duendes tienen envidia. Déjalos que se las apropien y constituyan la comarca que desean. Tienen buenos materiales para el trabajo. Eso si. Quiero decirte que en estos días fui a una playa rocosa. Allí recogí una piedra de mar para ti.
Adriano
Salud, poeta …
4 comentarios
muy bello escrito
La noche que llegué al Gran Café de Sabana Grande, con un disco de “Sex Pistols” bajo el brazo, había frente a mi mesa un grupo de extraña gente donde quizá el de menor edad me llevaba por lo menos 40 años.
Por la pinta eran poetas, poetisas, brujas, actores, magos, parias. Otros con carácter de alucinados, profetas, sacerdotisas, mujeres conspiradoras del sexo de grandes y pequeños senos. Y todos cabalgando en vino.
Alguien me dijo a modo de información turística para quien recién llega de la provincia, que esa era La Pandilla de Lautréamont. Y que aquél, el de allá con cara de prendido, era un tal famoso escritor llamado Adriano no sé qué.
¿Quién queda si es que queda alguno de ellos hoy día?
¿Qué queda de La Pandilla de Lautréamont?
Acaso algunos versos perdidos del Chino Valera Mora. Supongo.
Y un libro llamado País Portátil, vuelvo a suponer de nuevo.
Gran saludo.
La primera tarde que me adentré en el callejón de la puñalada y me prepararon mi primera Kaipiriña (por algo suave debía comenzar la niña), entré a un espacio sagrado de la ciudad en el que justamente esos personajes, próximos a la decadencia, ebrios de vida, de sueño, cervezas, sexo, whisky, rocolas y demás cocteles me condujeron intensa y amorosamente por laberintos amorosos, poéticos y vitales que la memoria me retorna entre olores de madrugada y rocio de moteles de dudosa categoría.
Tuve la felicidad de ser bienvenida a la mesa por algunos de los pandilleros: Luis Camilo Guevara y Mario Abreu, entre otros, y en la travesura del deseo uno de los más jóvenes de aquella cofradía me acompaña cada día y sigue soñando y escribiendo a mi lado las pasiones y luchas de aquella Calle Lincoln memoriosa, interminable.
Un abrazo,